J.H. Newman es una figura esencial de la historia reciente del catolicismo, y en especial, del catolicismo en Inglaterra y uno de los principales referentes del pensamiento cristiano contemporáneo. Considerada una obra cumbre de la literatura autobiográfica universal, comparable a Las Confesiones de san Agustín, esta Apologia pro Vita Sua supuso para su autor la anhelada oportunidad de defenderse frente a la incomprensión y el rechazo que había causado en Inglaterra su conversión al catolicismo. Newman ofrece en este cálido relato de su itinerario vital e intelectual un ejemplo de honestidad y libertad en su camino hacia el catolicismo, a la vez que de respeto y estima hacia el anglicanismo del que procedía.
La presente edición, realizada con motivo de su canonización por parte del papa Francisco el 13 de octubre de 2019, recoge la traducción renovada y actualizada de Víctor García Ruiz y José Morales, e incluye una presentación de Ian Ker, probablemente el mayor experto en la actualidad en la figura de Newman quien señala que «no hay duda de que, una vez canonizado, la Iglesia declarará a Newman doctor de la Iglesia».
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La Apología surgió a raíz de una reseña periodística ante la que Newman sintió la necesidad de explicarse cuando vivía apartado en el Oratorio de Birmingham, dedicado a sus ideales educativos y a promocionar el laicado católico. El libro fue un éxito en todos los ambientes. Expone su conversión, que no fue otra cosa que la comprensión progresiva del Credo católico, sin necesidad de descalificar el anglicanismo al que había servido y se había dedicado con rectitud, «Miraba a la Iglesia, sus ritos, sus ceremonias, sus mandamientos, y me decía: ‘Esto sí que es religión’. Luego volvía la mirada a la pobre Iglesia Anglicana (…) todo se me antojaba de una vaciedad monumental”.
No es una autobiografía, tampoco es un relato, pues no habla de su vida, aficiones o de su familia. Deja que sean los hechos los que hablen y para ello revuelve en su trayectoria universitaria, entre sus escritos y correspondencia, para narrar con veracidad un proceso que requirió un gran esfuerzo, “cosa atroz para el corazón y la mente”. No busca una justificación, pues no es necesario. Empezó estudiando la antigüedad, base de las doctrinas del cristianismo y de la iglesia de Inglaterra. «Y en pleno siglo V, me pareció ver reflejada la Cristiandad de los siglos XVI y XIX. Vi mi rostro en ese espejo: yo era un monofisita. (…) ¡Quién me iba a decir que de todos los pasajes de la historia acabaría recurriendo a las palabras y acciones del viejo Eutiques (…) y a los disparates de un hombre sin principios como Dióscoro, para convertirme a Roma!”.
La conversión de Newman no fue una caída del caballo: fue un caminar con rectitud del que se fue desviando poco a poco para encontrar otro destino, un recorrido lleno de dificultades, pero “diez mil dificultades no hacen una sola duda”, por decirlo con sus palabras (en una frase que ahora figura en el Catecismo de la Iglesia Católica). En 1843, después de tres meses de deliberar, hizo su repudio a las críticas lanzadas contra Roma y tuvo que dejar la vicaría de St Mary’s. Y aunque intentó quedarse en Littlemore, una parroquia que había construido, también tuvo que marcharse. Perdió amigos y también entre algunos católicos encontró recelos. De hecho, el último capítulo está destinado a los católicos que no terminaban de fiarse y traza una visión muy equilibrada del mundo intelectual del siglo XIX, con el incipiente cientifismo “en peligro de hundirse en el pozo sin fondo del agnosticismo”. Él se opuso con todas sus fuerzas al liberalismo, ese “escepticismo profundo y lleno de prestigio, que procede exclusivamente de la razón humana puesta en práctica por el hombre natural”.
No se puede olvidar que Newman está considerado como el más importante teólogo anglicano: defendió la infalibilidad del Papa frente al protestantismo y tenía muy claro que la idea inglesa de “papismo” no era una idea religiosa, era un principio político. La Apología es una lectura reconfortante y clara, que necesita de tranquilidad para recoger el mensaje profundo y amplio de quien ha sido considerado el “padre ausente” del concilio Vaticano II, canonizado en 2019, y en quien se descubre que “no hay amigos mejores que los viejos amigos”.